Queremos la igualdad y creemos firmemente en ella. Ya que socialmente se ha interiorizado que este valor debe regir las políticas públicas, ¿por qué los permisos para las madres son de 16 semanas y la otra parte sólo tiene 13 días? ¿Para lograr la igualdad debe restarle tiempo a la madre de las 10 semanas que sí son transferibles? El Estado puede y debe aplicar justicia en los permisos de nacimiento y adopción para que sean iguales, obligatorios (y blindar así un derecho que muchos hombres no disfrutan) e intransferibles. Y no es una cuestión de presupuesto, que sí se destina a otras políticas menos beneficiosas, sino de voluntad política.
Fundamentalmente desde los años 70, ha sido una reivindicación feminista la introducción de los problemas privados en la agenda política (terrorismo machista, corresponsabilidad, crianza, etc.). De ahí la famosa consigna de “lo personal es político”.
El Estado debe intervenir para garantizar que se cumplan los derechos y deberes que nos convierten en ciudadanía. En este sentido, la maternidad/paternidad deben entenderse en su doble vertiente, la del derecho y el deber de ejercerlas. Del mismo modo que no podemos considerar intervencionismo que un maltratador sea obligado a abandonar su casa, no podemos negarnos a que las leyes regulen cualquier realidad, sin olvidar la función pedagógica que sus textos puedan tener.
La maternidad y la paternidad no sólo condicionan el ritmo de vida de cada persona. La tasa de natalidad condiciona el producto interior bruto de cada país, la cotización fiscal, el capital humano para desarrollar una sociedad y el estado de bienestar. Vemos, entonces, que en ningún caso es una problemática exclusiva del espacio doméstico. La forma en que entendemos las unidades convivenciales ha cambiado. Puede haber mujeres que decidan, libremente, no tener descendencia. Habrá familias sin lazos de sangre, compuesta de amistades duraderas, parejas pasajeras, dos madres, dos padres, personas mayores cuidadas por la prole, etc. Por eso, si la ley recoge las normas consensuadas socialmente, es hora de que responda a una nueva realidad.
Las mujeres se han incorporado mayoritariamente al mercado de trabajo, al espacio público. Sin embargo, los hombres no se han incorporado al privado. Esto no es diferente en las personas jóvenes, ya que las estadísticas demuestran que nosotras las chicas dedicamos el doble de tiempo a tareas del hogar. Y seguimos jugando a “cómo ser mamás” (en algunos casos, el propio juguete es llamado así, siendo absolutamente irresponsable con la igualdad de oportunidades). Nuestra sociedad está construida en base a unos patrones que perjudican, principalmente, a las mujeres, pero que tampoco son justos con los hombres. El reparto de roles asignados en función del sexo limita la libertad individual. Existe un castigo social por salirse de “las reglas del juego”. Así, del mismo modo que una mujer que decide no tener descendencia o no hacer de ello su prioridad pierde su posibilidad de ser respetada como “madre”, un hombre que reivindica pasar más tiempo con su prole puede ser considerado poco ambicioso en el mundo del trabajo.
En un primer momento pudo parecer que la maternidad constituía uno de los pocos espacios donde la mujer podía ejercer “el poder”. De hecho, es indudable el mérito que han tenido tantas y tantas mujeres al hacerse cargo de todas las tareas relativas al cuidado de menores. Es cierto que han ejercido de psicólogas, de profesoras, de enfermeras, de economistas, etc. Sin embargo, esto se queda en el llamado “currículo oculto” y rara vez les ayuda a ser reconocidas en otras esferas. La natalidad es uno de los pilares de cualquier sociedad y a la vez el trabajo más invisibilizado. Por eso, aunque a largo plazo y estratégicamente trabajemos por el reconocimiento de estos méritos, a corto plazo debemos paliar todas las taras que supone para la mujer la crianza en solitario.
Ampliar los permisos de nacimiento y adopción para que sean iguales en las dos partes no supone un coste que el gobierno no pueda asumir.
Queremos que la crianza no se entienda como algo exclusivo de la madre biológica. Pedimos la corresponsabilidad de la otra parte. Por varios motivos:
- Por las mujeres, por su salud y posibilidades laborales. Diferentes estadísticas apuntan a que más del 50% de personas cuidadoras (incluyendo en el cuidado hijas/os menores) padecen algún tipo de trastorno en su salud mental. Además la previsión de que una mujer se ausente más por causas laborales, es criterio de exclusión en procesos de selección laboral.
- Por el/la otro/a progenitor/a. Creemos que el cuidado de otro ser humano es un valor positivo siempre y cuando no pase de responsabilidad a carga. Muchos hombres se están perdiendo la posibilidad de dedicarle tiempo a su descendencia, con el límite que ello supone también para su desarrollo emotivo.
- Por la/el recién nacida/o. Queremos romper con los roles tradicionales de madres/padres. Para un crecimiento saludable la/el bebé necesita apoyo a sus necesidades cotidianas además de cariño. Esto se puede llevar a cabo desde diferentes modelos de familias, pero el caso es que la ley no prive al/la menor de recibir lo que le corresponde.
- Por la sociedad. Porque la sociedad se está perdiendo gran parte del capital humano que necesita para ser productiva, sin hablar de todas las cotizaciones a la Seguridad Social que las mujeres dejan de realizar cuando se retiran del mercado laboral. Además de estar por debajo del gasto social europeo, estamos muy lejos de los permisos que otorgan otros países (véase el modelos sueco o islandés).
- Por justicia e igualdad. Porque mientras se siga limitando a las personas por su sexo con roles predeterminados no podremos hablar de libertad.
Por Mayka Cuadrado Zurinaga, [artículo publicado originalmente en SinGENEROdeDUDAS]
martes, 9 de septiembre de 2008
Madres y padres sin cadenas
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